miércoles, 27 de enero de 2010

Previa Revisión


Partir no es fácil, planear un viaje es en extremo emocionante, mirar los mapas y pensar que a todos esos lugares puedes llegar impulsado por un deseo, hace que te pongas una meta y sabes que cumplirla será una realización personal la misma que trae consigo un bienestar interno y profundo.
Hoy hago revisión a dos semanas y dos días de viaje por la costa sur de un país lleno de mundos como es el Perú, desde Pisco con sus playas tranquilas y mansas, atravesando los viñedos de Ica que hacian bailar a su ciudad a diferencia de Palpa que quedaba en el olvido de aquellos que otrora la vieran florecer y que si no fuera por lo enigmaticas y misteriosas que son las líneas de Nazca ésta también se perdería empolvada por un desierto lleno de nostalgia como la memoria de Maria Reiche.
Buscando mas al sur tras vientos arrebatados y pampas verdes, el puerto de Lomas, casi desconocido y mucho menos visitado, es esa tranquilidad que mantiene a la gente llena de vida de este lugar en una estrecha relación con el mar, al fin y al cabo, todos ellos dependen de lo que las aguas les dé, es sin duda una de las mejores playas, tranquila, de aguas cristalinas, el mar pareciera emocionarse cuando va la gente a bañarse.
Para llegar a Chala tuve que cruzar el valle de Yauca, lleno de árboles olivos, previo a llegar a Tanaka   un poco mas al sur cruzaba la mas dificil zona de arenamiento de la ruta, y apenas respiraba aire limpio veía la montaña filosa que se elevaba dificil de escalar una vez arriba ya podia respirar el aire frío y seco de las lomas costeras de Atiquipa, aquí me detuve a mirar lo verdes que se habían puesto las montañas y como la lluvia diminuta daba vida a una tierra antes desértica.

Crucé de Chala a Atico bajo un eterno sol y un viento memorable, en una carretera que no quería alejarse del mar, éste cada vez mas cristalino, para mi lado izquierdo poco a poco se hiban descubriendo curiosas formas que el viento había tallado en las rocas, saludos generosos de los camioneros me levantaban el ánimo me sentía uno de ellos compartíamos la ruta, ya estaba en La Punta, entónces apareció Puyenca, la mas hermosa de todas las playas y la favorita de la gente de Atico.
Llegar a Ocoñá significó frescura y alivio luego de acantilados serpenteantes, rocas filosas y cerros de arena, parecía desde arriba un oasis que mezclaba su agua dulce con la salada del mar, juntos daban vida al pequeño y curioso valle, para cuando llegaba a Camaná ya todo se tornaba felicidad, mientras miraba sus kilometros de verde arrozal, sus playas largas e imensas; ahi no mas ya me esperaba La Cuesta del Toro, sin lugar para un respiro trepé hasta que todo se volvió planicie, con la ayuda del viento el viaje se volvió un paseo hasta la sierra de Pedregal, ya estaba en Arequipa, no quise parar hasta Mollendo y me enfrente a súbitas ráfagas de arena, que insistían en hacerme retroceder, luego un descenso intenso de 25 kilometros, con el peso de la bicicleta tambaleando la estabilidad se volvía casi incontenible, pero pude llegar con bien hasta Islay, no contento con eso avancé 12 kilómetros mas hasta Mollendo.
Ansioso por escapar de la gente y el bullicio de una ciudad bonita pero congestionada salí hacia punta Bombom, ahí encontré la tranquilidad y el silencio que quería, el buen trato de la gente me haría tenerle cariño especial a este pueblo, valle donde los niños todavía salen a pescar camarones, y regresan a sus casas embarrados de arena, lleno de muchas imágenes dejaba Bombom para avanzar hacia el Puerto de Ilo, travesia que me costaría el sudor y el hambre en una ruta que no tenía idea que se podia tornar así de dificil, no fue impedimento para llegar a Ilo y olvidarme de todo mirando los muchos barcos anclados en el puerto, parecía que el sol extendia sus gigantes brazos para guardarlos a todos, como un eterno guardian.

El último tramo ha sido triste y emocionante, dejar Ilo y su melancólico malecón no fue fácil, me despedía del mar, con su eterno sol y su viento persistente, y mientras miraba hacia el otro lado arenales sin fin, recordaba uno a uno todos los lugares por los que había pasado, recuerdos que fueron interrumpidos por un paisaje que mesclaba cerros muertos con valle vivo, entonces ya no hubo cansancio ni penas ni recuerdos, solo una tierra que me engullía hasta hacerme parte de ella, llegaba a Moquegua y el corazón saltaba de alegría, el tambor sonaba intenso y felíz.

1 comentario:

  1. Amigo me gustraia poder sentir toda esa emocion que tu sientes, espeor encontrar una ruta para mi y para la biclicleta de mis sueños y tener el valor que tu tienes para alcanzar mi metaforica y añorada Bolivia. Un abrazo

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